Por Carles Marcos
No es ningún secreto. Creo que tenemos
tod@s el convencimiento que nos sentiríamos más libres siendo uno mismo,
y para ello sin duda necesitamos hacer aquello que nos llena y saber
decir no a aquello que no nos aporta nada. Sin embargo, ese saber decir
no en todos los ámbitos en los que nos movemos cuando hay algo que no
nos interesa, nos cuesta horrores.
Nos ocurre con personas de nuestro
entorno que por complacerles decimos sí, y también en otros entornos
sociales o políticos que decimos sí a algo porque simplemente es lo
mayoritario, cuando en el fondo queremos decir no. Ser uno mismo,
significa respetarse y ser valiente, y para ello necesitamos
determinación y perseverancia, y no cabe duda que aún estamos a tiempo
de lograrlo, si practicas eso que le llaman asertividad, y es que lo
dijo Steve Jobs y creo que está en lo cierto “Solo aprendiendo a decir
“no” podemos concentrarnos en las cosas que realmente importan. Comparto
un artículo del psicólogo Xavier Guix publicado en La Vanguardia y
titulado Aprender a decir no.
“Nos cuesta decir que no porque tenemos
en cuenta a los demás. Si no fuera así, nos importaría bien poco
distinguir entre un sí y un no. Pero resulta que los demás nos importan
más de lo que decimos que nos importan. Tenemos en cuenta a los demás
porque valoramos, y también calculamos, los beneficios y los costes de
cualquier relación. Un sí o un no pueden cambiarlo todo. Una actitud muy
humana es la de procurar influenciar en la conducta del otro, sobre
todo a nuestra favor. Es por eso que medimos los efectos de nuestra
conducta tanto verbal, como no verbal. Los problemas, por lo general,
suelen venir cuando por exceso de espontaneidad, o por no tener en
cuenta el contexto, el alcance y el clima de la relación, se dicen cosas
que favorecen el malentendido o las malditas presuposiciones.
Si medimos los efectos de nuestra
conducta, no cabe duda que la más inquietante es la negación.
Consideramos, quizás equivocadamente, que frustrar las expectativas de
los demás es malo, feo, sabe mal, nos hace quedar mal y crea una imagen
egoísta de nosotros. No hay nada peor que decir que no cuando lo que se
espera es un sí clamoroso. ¿Qué es lo que en realidad nos sabe mal? No
poder cumplimentar el deseo que alguien ha puesto en nosotros. Es como
si se depositara una confianza que quedará rota por nuestra negativa. Es
como si le cortásemos el paso, como si le dejáramos huérfano de sus
ilusiones. Parece que causemos un disgusto.
No obstante, también nos resistimos al
no porque no sabemos cómo expresarlo, como decirlo sin que parezca una
bofetada en toda la cara. Nos cuesta afirmarnos a nosotros mismos. Nos
cuesta incluso ser honestos con nosotros mismos y con los demás. Nos
cuesta mostrarnos en lo que somos y vivimos.
Nos cuesta, digámoslo
claro, sostener la capacidad de decepcionar. Si no somos capaces de
aceptar la decepción, difícilmente lograremos un alto grado de libertad
personal. Porque al decepcionar no hacemos otra cosa que romper con la
imagen que se han creado de nosotros. Y, muy a menudo, el no atreverse a
decir no es porque evitamos la decepción ajena.
Temer por esa decepción
es esclavizarse a ser la imagen construida de cómo deberíamos ser. Y
hasta ahí podríamos llegar. En su lugar, intentamos hacer piruetas
lingüísticas de lo más rebuscadas. En ese sentido, tiene razón el
profesor Steven Pinker cuando afirma que “cuando las personas hablamos
nos andamos con rodeos, disimulamos mucho, nos andamos por las ramas,
titubeamos y adoptamos otras formas de vaguedad y de segundo sentido.
Todos lo hacemos y esperamos que los otros lo hagan también, y al mismo
tiempo decimos que añoramos hablar sin rodeos, que la gente vaya al
asunto y diga lo que quiere decir, así de sencillo. Tal hipocresía es un
universal humano. Hasta en las sociedades más francas, las personas no
se limitan a soltar lo que quieren decir, sino que ocultan sus
intenciones en diversas formas de cortesía, evasión y eufemismo”.
Abordar la dificultad en decir que no
entraña un ejercicio de transitar sobre dos raíles fundamentales: uno
tiene que ver con nuestros estilos comunicativos, faltados de eso que
los ingleses llaman la asertividad. El otro raíl es la dificultad en
afirmarse a uno mismo. Y cuando esto sucede significa que los mecanismos
de seguridad y confianza personal están bajo mínimos. Cuando uno está
dispuesto a respetarse, a actuar honestamente, a no temer decepcionar, a
confiar en la capacidad de encontrar el acuerdo con el otro, no teme
tanto el afirmar como el negar. Cuando se procede así, se produce el
efecto contrario del temido: somos respetados por nuestra decisión. Lo
que fastidia es la duda, el rodeo y la mentira. La autenticidad suele
caer del lado del aprecio.
Vale la pena tener en cuenta lo
siguiente: allá dónde decimos no estamos abriendo nuevas posibilidades,
sólo que lo hacemos negando otras. Allá donde decimos que sí, aceptamos
el mundo que se abre ante nosotros, aunque dejamos de mirar otras
opciones. Se trata de tomar partido, a sabiendas que detrás de la
elección se esconden posibilidades y a la vez renuncias. Sólo que
tenemos miedo. Nos gustaría no equivocarnos. Y también por eso
procuramos evitar posteriores sentimientos de culpa. Así, ensartados
entre el miedo y la culpa, cuesta afirmarse a uno mismo. Ante el
problema de decir que no, tenga presente los siete principios de la
asertividad:
- Puede hacerse respetar por los demás.
- Reclame aquello que considere sus derechos.
- Es imposible que todo el mundo le quiera.
- Piense en usted positivamente.
- No se deprima, actúe.
- No se esconda de los demás.
- Qué importancia tiene que salga mal, mientras se haya afirmado.
No hay que temer la decepción si uno
actúa con dignidad. Es mejor tener pocas expectativas sobre uno mismo y
los demás. Esos son los atributos que anteceden a la persona sabia.
Comparto un vídeo de una persona que se atrevió a decir NO a cosas que pasan en nuestro día a día…
Fuente: http://www.carlesmarcos.com/2015/04/y-cuando-digo-que-no-es-que-no/
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