jueves, 20 de agosto de 2020
jueves, 13 de agosto de 2020
EL EMPRENDIMIENTO MÁS GRANDE QUE EXISTE
Por Carlos Nava Condarco.-
El emprendimiento más grande que toda persona debe acometer en su vida es el desarrollo de la mejor versión de sí mismo. No existe propósito más trascendente ni afán que pueda pagar mejor. Al amparo de este título se puede construir la historia de vida que se desee, y esta será, en todo caso, extraordinaria.
Es curioso, pero hacer referencia a la “mejor versión” que los seres humanos pueden alcanzar de sí mismos, no es usual ni se considera un asunto importante. Mucho menos el objetivo principal que las personas debieran tener en sus vidas. Hay quienes consideran que este objetivo es solo un acto de fe o un simbolismo, una manera de ponerle a la gente una zanahoria en la frente y tenerla dominada por causa de su frustración.
Nada de esto es sostenible. Son solo los argumentos de la amargura que gobierna los corazones en el mundo. La lógica de la “mejor versión” de cada persona es un canto a la naturaleza humana y su evidente capacidad.
Que cada quién alcance su “mejor versión” tendría que ser el propósito de vida natural de las personas. El motivo para procesar y justificar las experiencias que emergen de su existencia. El emprendimiento más grande que se planteen. De éste tamaño es el asunto. Y lo es, además, por algo lógico: en tanto los seres humanos alcanzan su mejor estado, mayores son sus logros y más grande su satisfacción.
Todo lo que anhela, desea o pretende una persona de juicio equilibrado, puede alcanzarlo mejor y más rápido en tanto trabaje sus potencialidades. En la medida que su rendimiento se acerque más a la “capacidad instalada” que tiene.
Ahora bien, acá surge un elemento importante: ¿cuál es la “capacidad instalada” de cada persona, cuál es su “mejor versión”? Porque en tanto esto no es abordado, muchos pueden suponer que están operando en la vida de acuerdo a su potencial, o cerca de éste.
La respuesta es simple y conmovedora: no existen límites para el potencial de los seres humanos. No hay restricciones para la edificación de la “mejor versión” de las personas. Es un territorio que no tiene fronteras, un horizonte que nunca se alcanza. Por eso es el emprendimiento más grande que se puede abordar.
Póngase a pensar: ¿cuál es el límite del amor que puede profesar una persona, cuál el tamaño de la generosidad que le es posible demostrar a los demás? O por otra parte, ¿qué tanto conocimiento le es posible acumular, procesar, aplicar?, ¿cuántas experiencias le está permitido aprovechar?
No hay formatos para la “mejor versión” que cada uno puede (y debe) ser de sí mismo. Por lo menos no existen restricciones que se acerquen a la imposibilidad. Los potenciales humanos son infinitos.
¿Qué impide entonces llegar a la grandeza? Sencillo: la “pequeñez” es lo que impide alcanzar la grandeza. Son las personas las que limitan la realización de sus potenciales. Se ven pequeñas, piensan con limitaciones, aspiran con restricciones, desean con moderación, son cautos en sus expectativas y conservadoras respecto a sus ambiciones. Interpretan que el universo que los rodea tiene límites y automáticamente se limitan.
Analícese este ejemplo. Las personas son como un auto deportivo de 5000 caballos de fuerza. Pero si el automóvil solo puede moverse en una cancha de baloncesto, ¿qué capacidad efectiva tiene?
No se equivocará quién responda que el auto tiene capacidad de transitar “con tranquilidad” la cancha que le ha tocado, y tampoco estará errado quién diga que es una máquina que puede devorar carreteras y autopistas a 200 km/h. Ambos están esencialmente en lo correcto, pues abordan un mismo hecho desde diferentes perspectivas.
Lo que sí es una realidad objetiva (en el ejemplo), es que hay un carro deportivo de 5000 caballos de fuerza. El uso que se le dé es otra cosa.
Lo mismo sucede con los potenciales humanos. Si la visión de vida se reduce a las proporciones de una cancha de baloncesto (para continuar con la analogía), el rendimiento se acomodará a ello. Si la visión se proyecta hacia avenidas anchas y despejadas, la “maquina” estará disponible y preparada.
Por esto la construcción de la mejor versión de uno mismo es el emprendimiento más grande que hay, porque la dimensión de lo que se puede ser y alcanzar en la vida depende de la visión y las acciones que cada quién defina para su destino.
Emprender es un verbo, involucra movimiento y acción. El emprendimiento, por otra parte, es un sistema ordenado de acciones que define orientaciones, objetivos y gestión. Ambos elementos están consustanciados con el desarrollo personal.
Cuando alguien se plantea alcanzar su “mejor versión” y hace de éste un emprendimiento personal, vuelca en el trabajo todo el ímpetu y el orden que se aplica para desarrollar una idea, formar un negocio o manejar un proyecto. Define objetivos, tareas, tiempo. Evalúa resultados, procesa contrariedades, pugna con los adversarios que tiene (especialmente los del interior) y vence desafíos.
La “mejor versión” es una cima que debe conquistarse, una montaña que se tiene que escalar. El potencial para vencer el desafío es un regalo que la Providencia entrega desde la cuna, pero el trabajo que demanda el ascenso es una responsabilidad personal.
Ahora bien, el potencial de los seres humanos o su “mejor versión”, no tienen nada que ver con los parámetros de evaluación que los convencionalismos sociales o los preceptos políticos establecen. Esta no es una competencia por billetes, estatus o reconocimiento banal. No tiene nada que ver con la riqueza o la pobreza que reconocen las estadísticas. Y tampoco es un asunto de “oportunidades”.
No tiene mayor oportunidad de alcanzar su “mejor versión” quién nació en cuna de plata en relación al que lo hizo en cuna de cartón. Tampoco el que ha nacido en Chicago comparado al que nació en una aldea de la sabana africana.
La “mejor versión” es absolutamente personal, y los referentes de evaluación son internos. Es una competencia en los dominios de la subjetividad, el mundo que en definitiva condiciona la objetividad que se puede asumir de las cosas. Si Warren Buffett es la mejor versión de sí mismo solo lo sabe él, de igual forma el joven africano que no conoce, ni remotamente, donde queda Chicago.
Probablemente alcanzó su “mejor versión” Alejandro Magno en lo que hizo, pero también la Madre Teresa. Y se dice “probablemente” porque en definitiva solo cada persona puede evaluase en este sentido. Hay logros que pueden considerarse “objetivos”, como en el caso de estas figuras históricas, pero queda por ver si ellos se sintieron más o menos cerca de sus mejores versiones.
Para el emprendimiento más grande que existe “el cielo es el límite”. Y en este caso la alegoría aplica bien, porque efectivamente no hay restricciones para el desarrollo de las cualidades humanas. Alejandro Magno pudo haber cambiado la historia del mundo, pero posiblemente haya pensado que se quedó corto en su versión de padre, de amigo, compañero, pensador, etc. Eso solo lo sabría él. Y lo mismo aplica, en otro contexto, para la Madre Teresa y todos los seres humanos.
Posiblemente es más sabio afirmar que la “mejor versión” en definitiva nunca se alcanza. Y eso es maravilloso, porque le proporciona esperanzas a la especie como nada más puede hacerlo. Siempre se puede amar más, dar más, ser más generoso, alcanzar nuevas metas, acumular más logros.
Por esto el tema aplica bien con la lógica del emprendimiento, porque como cualquiera de ellos convoca la activación de los sueños y el sentido de trascendencia.
Un apunte final. Todos los que establezcan el propósito de trabajar consciente y disciplinadamente en el emprendimiento más grande que existe tienen asegurado cualquier logro menor. No serán ajenas satisfacciones financieras, intelectuales, la felicidad y el sentido amplio de realización. Todo esto es una consecuencia, un agregado, un fruto del árbol mayor. Mejores personas siempre generan mejores resultados.
Fuente: https://www.emprendices.co/el-emprendimiento-mas-grande-que-existe/
sábado, 20 de junio de 2020
Vivimos en la sociedad del cansancio
¿Cómo el exceso de positividad nos esclaviza?
Cada época y sociedad tiene sus propios patrones de pensamiento, que inculca a sus miembros con letra de fuego. No podemos escapar a ellos. A menos que hagamos un ejercicio consciente de análisis y reflexión nos determinarán durante toda la vida porque se han convertido en los márgenes que limitan nuestro pensamiento, fuera del cual ni siquiera concebimos posible la realidad.Nos ha tocado vivir en la sociedad del “Yes, you can”, una sociedad que afirma que todos podemos llegar hasta donde nos propongamos solo con esforzarnos. Vivimos en una época en la que la Psicología Positiva se ha popularizado y tergiversado, limitándose a una serie de frases motivadoras sin mucha sustancia que transmiten un mensaje claro: “¡Tú puedes!”.
Han indica que “la sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya ‘sujetos de obediencia’, sino ‘sujetos de rendimiento’. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos”.
Ese cambio, que aparentemente empodera y resulta liberador, en realidad se convierte en un boomerang que no tarda en golpearnos con toda su fuerza porque esconde un gran riesgo psicológico del que no somos conscientes.
La violencia de la sociedad sobre sus miembros no ha desaparecido, sino que se ha camuflado y ahora se basa en la autoexplotación del sujeto: “Ésta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es el mismo explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. Esta autoreferencialidad genera una libertad paradójica, que, a causa, de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se convierte en violencia […] En esta sociedad de la obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados”.
Básicamente, nuestra sociedad sería el perfeccionamiento de las sociedades disciplinarias y controladoras del pasado, pero en realidad no implica más libertad, sino que sigue ejerciendo su poder sobre cada persona a través de la introyección del “deber”. Esa situación nos convierte en esclavos de la superproducción, el superrendimiento (laboral, lúdico y sexual) o la supercomunicación.
El cansancio del “yo”
El ejemplo más emblemático de los problemas que causa esa presión social por el rendimiento es la depresión. Este filósofo piensa que “en realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna.“El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima […] La depresión se desata en el momento en el que el sujeto de rendimiento ya no puede ‘poder más’ […] El deprimido está cansado del esfuerzo de devenir él mismo”.
El problema es que “no-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión”. Cuando nos damos cuenta de que no podemos lograr todo lo que nos proponemos nos sentimos frustrados, pero no pensamos que la sociedad nos ha engañado sino que nos autoinculpamos, sintiendo que somos incapaces.
No comprendemos que hemos caído en la trampa de la que nos alertaba Zygmunt Bauman: buscar soluciones biográficas a lo que son problemas estructurales y sistémicos de la sociedad. Así se cierra a nuestro alrededor un círculo de insatisfacción que, si no estamos atentos, podríamos arrastrar por toda la vida.
¿Cómo salir de ese círculo vicioso?
Han da una pista en “La sociedad del cansancio”: “La sociedad de rendimiento está convirtiéndose paulatinamente en una sociedad de dopaje […] El exceso de positividad se manifiesta como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos”.Por tanto, una de las claves para salir de ese círculo vicioso es la “inmersión contemplativa”, hacer un alto en nuestra obsesión con la productividad y los logros personales para dejar paso al dolce fare niente, al aburrimiento y a la plena presencia. No se trata de descansar para ser más productivos sino descansar por el simple placer que ello genera. Se trata de reconectar con lo esencial, de aprender a disfrutar más y exigirnos menos. Se trata de no olvidar que “El exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma”.
Fuente https://rinconpsicologia.com/la-sociedad-del-cansancio-byung-chul-han/
jueves, 14 de mayo de 2020
Si hay esperanza en el futuro, hay poder en el presente
En nuestro libro Tu futuro es HOY (Alienta, 6ª edición), dedicamos el Capítulo 22 precisamente a este tema. Por este motivo me gustaría hacer un resumen ampliado aquí por si te puede servir de ayuda a ti o tu entorno. Dice así:
la propia realización personal en circunstancias que otros optan por la locura».
WAYNE W. DYER
Lo peor que le puede pasar a uno es entrar en depresión, la ‘enfermedad de la tristeza’; o dicho en términos coloquiales, la ausencia de futuro, pensar que el mañana será igual que el hoy y el ayer. Y sin futuro no hay presente. El futuro tira de nosotros. Una persona sin ilusiones no vive, sobrevive. Está presente de cuerpo pero no en alma. La depresión es un estado de indefensión que conduce a la resignación en el que se pierde el control de la propia vida, o como la catalogase William Styron en La oscuridad invisible, la ‘desesperación más allá de la desesperación’. Por ello, una pieza fundamental de la resiliencia es la esperanza, pero no una esperanza ‘pasiva’ esperando que las cosas cambian por sí solas sino ‘activa’ luchando por salir adelante, sabiendo que las aguas volverán a su cauce. Como decía el escritor Alejandro Dumas: «la esperanza es el mejor médico que conozco». Si hay esperanza en el futuro, hay poder en el presente. No hay que olvidar a nuestro sabio refranero siempre: tras la tempestad, llega la calma; siempre que llueve, escampa; y no hay mal que cien años dure.
6. PERMÍTETE SENTIR LO QUE SIENTES.
Hace unos días, la psicoterapeuta Anabel González, autora de Lo bueno de tener un mal día, en una entrevista en La Contra decía: «Hay una obsesión por ser felices, pero los malos días siempre van a estar ahí y hay que llevarse bien con ellos». También decía: «Nos sentimos mal por sentirnos mal», ése es el error. Igualmente apuntaba: «Reprimimos las emociones que no sabemos tratar, y no las sabemos tratar porque evitamos exponernos a ellas de manera consciente». La psicóloga Laura Chica en una vídeo-entrevista (minuto 11 y ss.) con ella también insistía (y a menudo insiste mucho) en este aspecto: «Hay que permitirse sentir lo que uno está sintiendo. Nos generamos un sufrimiento extra al no permitir sentir lo que estamos sintiendo porque se supone que no lo tenemos que sentir. La recuperación emocional es un proceso y negar esa primera parte del proceso es negar el proceso. Hay gente que niega esa parte porque no quiere sufrir. Permitirnos vivir lo que sentimos es parte de la vida y nos recuerda que estamos vivos». No lo olvides, la huida alivia, no cura.
Es inevitable, para acabar, citar de nuevo al maestro Viktor Frankl: «Al ser humano se le puede arrebatar todo, menos la última de las libertades humanas, la actitud personal ante un conjunto de circunstancias».
Por último, aprovecho para recomendarte leer algunos de los personajes realmente inspiradores de Aprendiendo de los mejores (Alienta, 19ª edición) y Aprendiendo de los mejores 2 (Alienta, 6ª edición) que son casos de superación personal y que nos ayudan a gestionar mejor la adversidad y los momentos difíciles como lo hicieron ellos. Entre otros: Nick Vujicic, Hellen Keller, Gustavo Zerbino, Nelson Mandela, Gandhi o Elisabeth Kübler-Ross, que toda su vida a la dedicó a acompañar a las personas que iban a morir.
También otro libro Superar la adversidad: el poder de la resiliencia, del psiquiatra Luis Rojas Marcos, Jefe del Sistema de Sanidad Pública de Nueva York (también durante los atentados del 11-S de 2001) y al que pude entrevistar hace algún tiempo (lee entrevista) y quien me decía: «Lo que más me ha sorprendido del ser humano después de tantos años es la capacidad de superar la adversidad».
Para acabar, ayer mismo Eva Collado Durán (@evacolladoduran) publicaba el post La templanza: la mejor aliada de tu marca personal en estos momentos, donde nos habla de cómo abordar lo que estamos viviendo, teniendo muy presente una de las cuatro virtudes cardinales como la templanza.
Un abrazo, cuídate. Mucho ánimo.